Un 14 de julio de 1934 nació una mujer destinada a convertirse en leyenda.
Ese día, sin saberlo, el teatro paraguayo ganaba una voz, un rostro y una presencia que lo transformaría para siempre: Graciela Pastor, la gran dama de los escenarios nacionales.
Desde su juventud, Pastor dedicó su vida al arte dramático con una entrega que trascendió modas, generaciones y fronteras teatrales. Cada personaje que interpretó fue una clase magistral de talento, sensibilidad y carácter. No actuaba: poseía el alma del papel.
Su legado no se mide solo en obras, sino en lo que dejó sembrado en toda una cultura: el respeto por el teatro, la dignidad del oficio y la fuerza de una mujer que nunca se rindió ante las sombras.
Hoy, celebramos no solo su nacimiento, sino la permanencia de su nombre como símbolo indiscutible de la escena paraguaya.
Porque Graciela Pastor no se apaga. Graciela Pastor resuena. Vive. Inspira.
¡Salud, señora Graciela Pastor! Que su arte siga siendo faro y herencia.